por JOHAN YESID ÚSUGA ÚSUGA
El enfoque semántico-comunicativo va de la mano con la pedagogía del
lenguaje que el MEN (Ministerio de Educación Nacional) quiere delimitar. Todo en el sentido de las nuevas conceptualizaciones e investigaciones desde la semiótica, la lingüística textual, la pragmática y los trabajos sobre cognición, que plantean que el lenguaje está orientado hacia la construcción de la significación a través de múltiples formas de simbolización. En la nueva concepción de la educación que pretende el MEN, y frente a la idea de competencia lingüística, surge la noción de competencia comunicativa planteada por Dell Hymes (1972), la cual introduce un visión más pragmática del lenguaje, en la que algunos aspectos socio-culturales resultan determinantes en cada acto comunicativo: “el niño adquiere la competencia relacionada con el hecho de cuándo sí y cuándo no hablar, y también sobre qué enfocar ese acto de habla, con quién, en dónde y en qué forma. Así, el niño está en la capacidad de manejar diferentes actos de habla, de tomar parte importante en cada evento comunicativo y de calificar las participaciones e intervenciones de sus compañeros. De esta manera, esta competencia puede ser integrada con actitudes, valores y motivaciones y todo lo que tiene que ver con la lengua, con todas sus características y usos, y es integral con la competencia y actitudes hacia la interrelación de la lengua con otro código de conducta comunicativa…”; las unidades de análisis que se derivan de este planteamiento, más que a enunciados lingüísticos, se refieren a actos concretos de habla, inscritos a su vez en actos comunicativos reales en los que aspectos sociales, éticos y culturales, son de una importancia innegable. A partir de estos planteamientos se derivó el denominado enfoque semántico comunicativo: semántico en el sentido de que atiende a la construcción del significado y comunicativo en el sentido de tomar el acto de comunicación e interacción como unidad de trabajo.La transformación de la educación mediante la nueva concepción ha trascendido también en la pedagogía del lenguaje, que se orientó, desde estos planteamientos, hacia un enfoque de los discursos sociales del lenguaje y en situaciones comunicativas reales. Así, el desarrollo de las cuatro habilidades: hablar, escribir, leer y escuchar, se convirtió en el punto de encuentro de los diferentes currículos. Sin embargo, en el contexto colombiano, el trabajo sobre las habilidades comunicativas básicas se ha dirigido con una orientación muy instrumental, perdiendo las dimensiones socioculturales y éticas e incluso políticas de las mismas. Las ideas del enfoque semántico comunicativo siguen vigentes: el trabajo por la construcción del significado, el reconocimiento de los actos comunicativos como unidad de trabajo, el énfasis en los usos sociales del lenguaje, el ocuparse de diversos tipos de discursos, la atención a los diversos aspectos pragmáticos y socioculturales implicados en la comunicación, son ideas incuestionables, mas la propuesta de centrar la atención en el proceso de significación, además de la comunicación, le imprime un carácter que enriquece mucho el trabajo pedagógico. Por su parte, la otra competencia tenida en cuenta en este texto por su importancia dentro de la educación en lenguaje, es la competencia comunicativa, que es el término más general para denominar la capacidad comunicativa de una persona, ésta abarca tanto el conocimiento de la lengua como para utilizarla. La adquisición de esta competencia está dada por la experiencia social, las necesidades y motivaciones, y la acción, que es a la vez una fuente renovada de necesidades y experiencias (Dell Hymes). Esta competencia, que para Gaetano Berruto es una habilidad que comprende no sólo la habilidad lingüística, gramatical, de producir frases bien construidas y de saber interpretar y emitir juicios sobre frases producidas por el hablante-oyente o por otros, sino que, necesariamente, constará, por un lado, de una serie de habilidades extralingüísticas interrelacionadas, sociales y semióticas, y por el otro, de una habilidad lingüística polifacética y multiforme, es claramente el complemento para lo que aquí se propone acerca del valor que debe tomar la palabra en el contexto escolar.
Desde el enfoque semántico comunicativo, la competencia significativa y la competencia argumentativa, se observa una clara relación que abarca el trabajo con las habilidades comunicativas básicas. Éstas a su vez se relacionan con la habilidad del habla. La escritura por ejemplo, exige, al igual que el habla, que quien produce el texto, proponga una posición sobre la cual va a argumentar durante su escrito, y debe defender con suficientes argumentos y con razones tan sólidas que no tengan lugar a refutaciones. Todos estos argumentos deben fundamentarse en unas premisas relevantes que permitan al final apoyar las conclusiones.
Su relación con la lectura tiene que ver, por un lado, en la medida en que se miren actividades como la lectura en voz alta, que ayudan a fortalecer, en primer lugar, los aspectos formales del habla explicados anteriormente, y en segundo lugar, lecturas que exijan un mínimo de esfuerzo cognitivo para facilitar la capacidad de argumentar.
La escucha, es la habilidad que por excelencia se complementa con el habla, ya que el grado de competencia y efectividad del discurso oral se constituye como uno de los factores que contribuye a una buena escucha. Articulando estas habilidades mediante una didáctica del lenguaje, se estructurará con mayor eficacia la competencia comunicativa, de lo cual se debe esperar que el desempeño escolar de quienes reciben estas acciones educativas sea más efectivo.
Lo trabajado en este proyecto permite aventurarse a afirmar que echando mano del enfoque semántico comunicativo, la forma más eficiente de dar respuesta al interrogante planteado en el inicio, es que hay que abordar el habla como un aspecto de vital importancia en el proceso educativo gracias a su carácter fundador del lenguaje; que es necesario replantear el trabajo hasta ahora llevado a cabo con esta habilidad; y que como maestros debemos mantener nuestro espíritu virgen, como inexplorado, capaz de asombrarse con lo más cotidiano, para poder continuar formando espíritus capaces de ver grandes descubrimientos en las cosas más pequeñas, como el habla, por ejemplo.